26.4.05

La tarde

La tarde como una cosa lenta o, mejor dicho, macilenta (cantar del desangelado); la tarde como un monstruoso pez abisal, ciego y con la boca llena de putrefacción; la tarde como etapa terminal de la enfermedad del día, llagada de sol, costrosa, purulenta.

Todo eso se desploma sobre mí, se desparrama y me cierra los ojos, me abre la boca, me seca la lengua, me parte los dientes en minúsculos pedacitos óseos, brillantes, que trago sin darme cuenta y se meten en mi cuerpo, atraviesan el esófago, el estómago y se dirigen hacia el intestino, de donde tarde o temprano serán expulsados para terminar su recorrido en una letrina sucia de la estación de ferrocarril.

Entonces esta tarde sin agallas no habrá dejado nada en mí.

25.4.05

El secadero

El texto estaba escrito en verde en una de las primeras hojas de mi agenda. Tal vez un 5 o 6 de enero. La letra era la mía, aunque no. Pero sí.
Decía así:

"Abrazándonos, abrasándonos: nada es lo que parecía. Nos hemos fundido finalmente, lo logramos, y no siento el calor. O no sé: tal vez no me importe y, aún así, mi cuerpo lo perciba sin avisarme. Si de eso se tratara, qué más da: te tengo enfrente, adentro, arriba, en mí. No hago distinciones: sos la asesina que me da vida y me la roba luego, sólo para darme algo mejor.
"Puedo ser una hoja quemándose en el secadero, pero mi aroma persistirá. Mi esencia. Sos vos. Somos."